El Ateneo Dr. Humberto Pedro Burgos acompaña este evento religioso –uno de los más convocantes del país- en el que miles de peregrinos llegados de los más diversos rincones del interior de la provincia como del resto del país e incluso naciones cercanas, se reúnen para renovar su pacto de fidelidad a los Santos Patronos, el Señor y la Virgen del Milagro.
La Fiesta del Milagro, por la que se considera a Salta como Capital de la Fe, llega a su punto culmine el 15 de septiembre, con una multitudinaria procesión que recorre las calles de la ciudad, junto a las sagradas imágenes del Señor y la Virgen del Milagro. El recorrido termina en la Catedral, donde miles de fieles agitan sus pañuelos blancos y tiran pétalos de flores para despedir a los santos hasta el próximo año.
Un poco de historia..
Según dice la tradición, el dominico fray Francisco Victoria envió desde España un santo Cristo, como obsequio a la iglesia de Salta. La imagen llegó flotando en un cajón al puerto de El Callao, Perú, junto a otro que contenía la imagen de la Virgen del Rosario.
En el puerto peruano acontece el primer prodigio: la gente de la ciudad divisa los cajones flotando sobre las aguas y encuentra las dos imágenes. Nunca se supo del navío, ni de la tripulación que las traían. Cuando la comitiva llegó a Salta, se ubicó la imagen del Cristo en el Altar de las Ánimas. Pasaron 100 años y el Cristo quedó completamente en el olvido.
En septiembre de 1692 comenzaron los terremotos, la ciudad de Esteco quedó destruida; pero fueron evidentes los signos de protección para la ciudad de Salta. La gente desolada se dirigió hacia la plaza y quienes entraron en el tabernáculo pudieron observar la imagen de la Virgen caída de su hornacina, en actitud suplicante. En ese momento, el padre José Carrión sintió una voz que le decía que mientras no sacasen en procesión al Santo Cristo abandonado, no cesarían los terremotos.
Con dificultad bajaron la imagen y las campanas llamaron a la primera procesión en donde una multitud clamó misericordia, y acabaron los temblores. Entre aquellos primeros hombres y mujeres, y el Cristo y la Virgen se selló el Pacto de Fidelidad; un pacto que año tras año se renueva.
Los pobladores del interior de la provincia llegan a pie en procesión desde sus lejanos lugares de origen, trayendo sus imágenes para participar. El Cristo y la Virgen, luego de la renovación del Pacto de Fidelidad, regresan a la Catedral, y antes de entrar una lluvia de pétalos de claveles rojos, blancos y rosados cae desde el campanario al compás del repique de campanas y los pañuelos blancos de los fieles las despiden.